miércoles, 2 de febrero de 2011

París, mon amour


Cogió un avión, con el libro bajo el brazo y sin maleta, tan solo con lo puesto. Se fue en busca de algo que el mundo ya no le podía ofrecer. Buscaba un amor de ensueño, ilusiones que vencían a su super yo. Aterrizó con lágrimas en los ojos en Charles de Gaulle y con sprints consecutivos sobre unos tacones de charol recorrió los veintitres quilómetros que le separaban del centro de París. Callejeó por el casco histórico pasando las hojas de la historia que le había llevado hasta allí, examinando cada rincón hasta encontrar todas y cada una de las calles descritas por Cortázar. Ese relato con título de juego de niños, pues la vida no es más que eso. Deseando encontrar el club en el que ser reunía la Maga con los suyos, mucha literatura, humo y vodka por doquier. Creando en su cabeza un millón de reflexiones que poder contrastar con Oliveira, el argentino aquél que le hizo suspirar desde el papel. En cada sala de conciertos esperaba escuchar el sonido del piano que sonó en la tarde lluviosa, ese aguacero fatídico que empapó las calles de porvenir. Enloqueció al ver en una pequeña calle peatonal un viejo artista callejero tocar el acordeón, regalaba sus lastimeras canciones al mundo por un par de monedas que le permitiesen comprar la cena de esa misma noche. Entonces ella lloró. Sus lágrimas golpearon el suelo francés, desengañada, al darse cuenta que jamás tendría un destino Poulain. Ni bailaría un vals d'Amélie, ni encontraría un chiflado que coleccionase fotos viejas de carnet que la gente deshechara, ni fundiría su mano en las legumbres del tenderete de al lado, ni conocería siquiera a un hombre con los huesos de cristal.

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