
Cómo disfrutamos algunos del dulce néctar que Morfeo nos ofrece cada noche. Las maravillas del mundo onírico nos aprisionan. Hoy por hoy, es demasiado tentador el acceso a un mundo plenamente nuestro. Por muy lleno de ilusiones y efectos ópticos ¿quién no desearia quedarse dormido para siempre? Un eterno paseo entre luciérnagas transformando lo racional en irracional y viceversa. Pero cada mañana, sin cesar, una tras otra nos arrebatan una de las pocas libertades que nos quedan. Sí, señoras y señores, el unico vergel donde las cuerdas de guitarra germinan bajo tierra. Donde crear átomos a tu antojo fuera una tarea diaria e irse de copas tras la Via Láctea sea la opción más aburrida.
Pero no. Esos nos son los sueños de los que voy a hablaros. Quiero que os fijéis en esos que están a nuestro lado incesantemente. Los que se esconden detrás de la puerta cuando salís de casa y precisamente los que olvidáis cuando menos os conviene. Oh si, por supuesto. Los sueños no se persiguen, ni se buscan, dejan la casualidad en manos de otros y se agarran a la sombra que te acompaña en la vereda.
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