miércoles, 7 de diciembre de 2011

Best things in life, aren't things



Cierra los ojos fuerte, muy fuerte, hasta que consigas distiguir la profundidad del epitelio simple de tus párpados. Así, es más sencillo que todo lo que te rodea desaparezca y puedas reflexionar sin nada material a tu alcance. Entonces, recuerda todo aquello que te llevarías a una isla desierta, pero no objetos ni utensilios, ni personas, sino momentos.
Un volcán en erupción, la caída de un relámpago en un domingo de madrugada, la mirada cómplice de algun desconocido, el tacto del viento salobre detrás de tu oreja, la constelación de Orión (o puede que incluso Casiopea), un sollozo lastimero, el crepitar de una hoja de álamo bajo tu zapato, el vértigo al sentarse al borde de un precipicio, el rumor lejano de las olas desde alta mar, el canto de las ballenas, la destrucción de un iceberg, una sonrisa tímida y esquiva, un arañazo en la espalda, el olor a tetrahidrocannabinol, un encuentro fortuito en el ascensor, tu primer concierto, un silencio incómodo, la fusión nuclear de cualquier átomo, el nacimiento de un sistema planetario, el choque de un asteroide, la sublimación del nitrógeno, la sangre brotando de una herida, una picadura de mosquito en el muslo, el primer aleteo que viste de una mariposa.

1 comentario:

  1. Porque al fin y al cabo los recuerdos son esas cosas que nada, ni nadie, nos puede arrebatar, son lo que nos hacen ser como somos; son en definitiva la esencia de la existencia misma. Recordar y soñar nos hace vivir; no hacerlo, simplemente sobrevivir.

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