miércoles, 7 de mayo de 2014

X

Por rebentar la rutina, dejar los hábitos en ruina, derrotar lo preestablecido y dejarle vía libre a lo inesperado, esa improvisación magnética llena de tierra y ondas sonoras. Eso va a ser lo que recuerdes cuando tengas canas, lo que hiciste los días que te saliste de la norma y sucedieron cosas inimaginables. Echarás de menos la vibración de las cuerdas de guitarra a las cinco de la mañana y esa voz desgastada que las envolvía. Revisarás una y otra vez la fricción de la ropa acompasada y el bombo y caja de fondo. Incluso habrá cambiado la composición de la tela que construye tu tienda de campaña, porque aunque la laves, el sudor se va, pero la imágen de su cuerpo desnudo seguirá apantallando el saco de dormir y la sensación de frío los domingos. Pero lo peor de todo es que la noche sucederá inexorablemente cada día y cuando mires al cielo se mezclarán todas aquellas palabras con el humo interestelar que nos llevó tan lejos, hacia analogías surealistas reflejadas en retinas oscuras. Aquellas lenguas de esparto, cazalla y vicio recorrerán todo tu sistema límbico y no te dejaran dormir, tanto si estás acompañado como si no.

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